En esta imagen el niño tiene un gato en sus piernas, su mascota es su meditación, su vehículo para estar presente. También el lugar en que se encuentra sentado en las gradas de un viejo templo. Siente la dureza de la piedra y el olor de humedad que la lluvia dejo impregnado en los escalones. Todos ellos son vehículos al momento presente. En este ejemplo se vive un momento de tranquilidad y sosiego que invita a la meditación. Hay otros momentos menos tranquilos que también pueden usarse con mucho provecho.
Es en las relaciones interpersonales donde encontramos la posibilidad del trabajo espiritual de manera más rotunda, porque en ella el ego tiende a manifestarse de manera más evidente a través del conflicto. Es relativamente fácil meditar sentado en las escalinatas del templo, cuando estamos solos y nada exterior nos perturba, pero es diferente cuando interactuamos con otras personas y cada una busca aprobación, prevalecer en sus opiniones, controlar y dominar.
Nuestra sociedad moderna es una sociedad marcada por el afán y desasosiego. El ego se alimenta del conflicto y le parece natural alimentarlo: yo creo, yo pienso, mi experiencia, mi conocimiento, mi idea de las cosas, todo ello producto del condicionamiento que ha dado como resultado mi noción de ser, con la cual estoy tan identificado que la llamo yo, identifico a ese yo, producto más o menos del azar, con mi ser.
Las crisis que experimentamos en nuestras relaciones interpersonales nos brindan oportunidades muy valiosas para identificar en nuestras reacciones los condicionamientos: observo y veo, ¿Cómo reacciono? ¿Qué pensamientos afloran? ¿Qué sentimientos? ¿Cuál es la sensación de fondo? ¿puedo elegir? ¿hay silencio y quietud o más bien desasosiego? ¿puedo observar todo ese movimiento interno desde el silencio? ¿o el torbellino es tan intenso que no puedo controlarlo y me siento fuera de mí, sin control?
No importa cuán fuerte sea la ola que el ego levanta, si sé que no estoy en paz, el saberlo y observarlo es un paso en dirección a la consciencia. Luego podré volver a la escalera de piedra y en la quietud observar los movimientos de la mente que ocurrieron y observar en ellos el condicionamiento y tomar distancia. Este ejercicio no es fácil porque implica la muerte del ego, y el ego no quiere morir, quiere tener razón, quiere el poder de decir yo soy así.
Cuando sé que no estoy en paz ese saber es muy importante, es la consciencia observadora, es el ser que observa y reconoce la falta de paz, es nuestra puerta al estado de presencia. En el estado de presencia la mente se aquieta, el corazón se expande no importa si estoy en paz o no, simplemente observo las variaciones del ego y permanezco unido a algo que yo llamaría la energía del universo, el ego tiende a la soledad por oposición, la presencia tiende a la soledad por inclusión, nada queda fuera de ella, como lo describe el libro del Tao:
Hay un ser invisible y perfecto
Antes que el cielo y la tierra nació,
cuan inmóvil, cuan inmaterial,
Esta solo y no tiene mudanza.
Nada hay fuera de él.