Autor: Jorge Ellicker
Imaginaba que el acto de de “pensar, hablar y escuchar con sus matices de pausas, detenciones y silencios” es una práctica que realizamos automáticamente en cada instante, cada día, y me vino a la memoria el haber estado en algunas ocasiones en el Teatro Municipal de Santiago y también en el Gran Colón de Buenos Aires. A esos lugares se asiste voluntariamente y se entra como a un templo, con mucha reverencia y respeto. En esos lugares nos disponemos a vivir un único, personal e inolvidable momento.
Creada la pausa necesario entre la agitación propia de la vorágine exterior y ya ubicados en nuestro lugar, solos con el ruido interno que se acrecienta con la natural expectación por lo que vendrá, sobreviene el gran silencio. Comienza la magia. Los maestro de la música con sus distintos instrumentos irrumpen ordenadamente, respetuosamente, cada uno en su tiempo inundando con solos, acordes y armonías el gran espacio en el que ahora reina el sonido.
La audiencia, reverente, escucha el hablar de la música representada por tan diferentes notas, vibraciones y tonalidades y sin embargo prima en nuestra percepción la armonía del conjunto.
Ya en mi entorno, el habitual de todos los días, pienso en cómo podría repetir esa mágica experiencia reconociendo mi propio Gran Teatro, un templo al que puedo asistir y sentirme acogido solamente entrando allí con respeto y reverencia, y en cómo hacer para que la gran audiencia de incontables pensamientos se acalle y con renovada expectación se disponga a escuchar la armonía, que en mi Profundo Yo, el Gran Director tiene reservada para mi.
