Autora: Karen Naverrete
Cuando comienzo a pensar en el camino del desenvolvimiento espiritual es inevitable pensar en el desarrollo de las relaciones humanas.
En mi experiencia las relaciones han ido tomando validez e importancia de acuerdo a la época en la cual se han desarrollado.
En esta época de pandemia de confinamiento y arresto domiciliario sanitario, mi ser ha logrado interpretar desde otra perspectiva en este caso la relación con mis vecinos.
En el tiempo donde la vida era “normal”, me refiero a cuando vivía una rutina con largas jornadas laborales presenciales que hoy recuerdo mentalmente, donde el desgaste físico y mental se iba evidenciando con el paso de los días, hasta llegar a un fin de semana casi en estado de piloto automático, con la carga mental de las cosas que quedaron postergadas en el trabajo y a veces pensando en cuál sería la mejor manera de realizar la tarea pendiente.
No le doy la espalda a lo que me da lo material con lo que pago la casa en que vivo y lo que uso para alimentarme y subsistir
Ahora me pregunto: ¿era el desgaste físico y mental lo único que mi vida estaba pagando?
Cuando comenzó el confinamiento pude darme cuenta que había otras cosas que estaban perdidas, y que por experiencia son las más difíciles de recuperar, estas son las relaciones humanas con mis vecinos.
No me había dado cuenta de lo importante que es el saludo del que está al lado hasta que experimenté lo necesario que es sentir la compañía de las personas que me rodean, lo necesario que es sentir esa buena energía, esa buena vibra.
Sin duda es compañía para el alma.
En esa época cuando me había dedicado sólo a ser responsable laboralmente fui perdiendo este contacto.
Ahora retrocedo el tiempo, y recuerdo que cuando regresaba del trabajo con cansancio había vecinos en el pasaje que con alegría me saludaban: “¡hola vecina!, ¿cómo esta?” Y apenas daba una respuesta fría y desabrida, con distancia. Respondía a las preguntas sin ningún tipo de interés en sentir un poco de esa alegría y bienestar que en ese momento se me estaba entregando sin que yo lo percibiera.
Claro que si me preguntaran: “¿volverías el tiempo atrás y harías todo de otra forma?”, sin dudar respondería si, pero como eso es imposible, ahora lo único que tengo es el presente. Hoy lo intento cada día. Mis vecinos inmediatos ahora me saludan con distancia y la verdad es que a veces me da la impresión que les molesta mi saludo, no me creen. Pero, ¿cómo juzgar esa actitud si a veces ni yo misma me creo?
Me pregunto si quizás en el pasado ellos necesitaban eso: una sonrisa y un saludo cordial y en ese entonces no cumplí con ser amable y cordial.
¿Cómo romper el hielo?, ¿cómo poder abrir esa comunicación a veces no verbal ni física. ¿cómo comunico mi disposición para demostrar que “estoy aquí”?
Cómo lo hago es la gran pregunta, porque el rechazo es doloroso y por otro lado esa predisposición que me mantiene pensando que es mejor seguir separados que juntos “para evitar problemas”.
Creo que cada día es una nueva oportunidad para hacer las cosas mejor. Y sé que cada día pondré un granito de arena para sentirme más como en casa, lograr ese estado de cómoda comunión con el otro.
Sin duda una de las cosas más bellas de este último tiempo es haber descubierto un nuevo significado de la relación con mis vecinos. Más allá de una visión de interés, o de querer beneficiarse el uno del otro. Con una actitud menos prejuiciosa.
Este descubrimiento ha provocado un cambio mágico en mí, pues tengo un profundo interés porque las personas, sobre todo de las que estamos más cerca, compartamos un sentimiento de unión y colaboración.
Estoy en proceso de aprender la importancia de las relaciones humanas.
Es grato leer esto. El mundo está apuntando a una cultura masiva de consumismo y un tipo de enajenación basada en el super-individualismo. Super-egoísmo. Como si la sociedad humana, para poder vivir en paz, sin guerras, sin violencias, con una sensación de seguridad personal casi absoluta, necesitara darle a cada persona, hombre o mujer, todo lo que necesita para ser feliz él o ella, con independencia del tipo e relación a que se comprometan.
Como si no se quisiera tener grupos y «camarillas» capaz de alterar el orden público, o de poner en riesgo la estabilidad mundial.
Para mí, el descubrimiento de Karen le abre una puerta para acceder a la vivencia de la egoencia, que es al mismo tiempo ser un individuo consciente de sí y participante de su entorno, tanto inmediato como mediato.
Es decir: «ser es ser-en-relación. «