Capítulo II “Prácticas” Libro: “Prácticas de Desenvolvimiento”, Edición 2019, Cafh
Otras ocasiones en las que es bueno detenernos interiormente son cuando hacemos juicios sobre alguna persona.
Al encontrarnos con alguien por primera vez hacemos un juicio espontáneo sobre esa persona. Luego ese juicio se va componiendo de acuerdo con la interacción que tengamos con ella y pronto se consolida en una sólida opinión sobre esa persona. Más adelante, cuando nos encontramos con esa persona ya no la vemos como es en ese momento sino según el juicio que ya hicimos sobre ella y, cada vez que volvemos a verla o a pensar en ella solemos asociarla con ese juicio, no importa cuán subjetivo e incompleto sea,
Todos tenemos experiencia en esto. ¿Cuántas veces hemos deseado que quien nos encuentra nos vea como somos y no cómo alguna vez pensó que éramos por algo que hicimos o dijimos y que, para nosotros, se limitó a ese momento y nada más?
Este ejercicio consiste en detener el juicio y mirar a la persona como si fuera la primera vez que la vemos aunque la conozcamos desde hace tiempo. Esto nos ayuda a descubrirla tal cual es en ese momento. Por ejemplo, cuando alguien nos dice algo, en vez de pensar “siempre habla de lo mismo”, concentrémonos en lo que nos quiere decir en ese momento y comprendamos por qué nos lo dice.
Creo que muchas emisiones de juicios que hacemos de otros o sobre otros, fortalecen nuestro ego dentro de su cápsula de «seguridad». La sociedad actual es crecientemente ciudadana. Abandonamos las aldeas y luego los pueblos y las ciudades de menos de 60 mil habitantes, porque eran «las calderas del diablo» o respondían al dicho » pueblo chico infierno grande».
Ahora, que vivimos en megalópolis, reforzamos al grado límite nuestras burbujas. Caminamos entre la multitud esperando llegar a donde están nuestros elegidos. Los que van y vienen a mi lado son fantasmas, cada uno con su tribu, seguramente, donde abrirá un poco su burbuja, para compartir alguna necesidad mental, anímica o física.
Y cada cual trata de elegir aquellos privilegiados con quienes pueder compartir nuestra intimidad y el precioso tesoro de nuestro potencial espiritual…
Y aún así, pienso que cuanto más reducimos el número de aquellos que elegimos, más expuestos estamos a la decepción, a la soledad que hace daño, a las tristezas del quedarse cada vez más solo, en fin, a la depresión al ir envejeciendo.
Cuanto menos elijo a aquellos con quienes quiero departir, compartir y confiar, es cierto, más me expongo a decepciones posibles, pero amplío el rango de posibilidades de conocerme, modificar mi conducta, aplicar la voluntad al ejercicio de ampliar mi conciencia, y…hacer honor a aquella canción: » Yo quiero tener un millón de amigos y así con ellos poder cantar…»
Cambiemos temor por valor, burbuja cerrada por abierta.
Me parece que el acto de juzgar prematuramente a los demás nos cierra la puerta al discernimiento claro, diáfano, exacto, que conmueve y agrada incluso al peor «enemigo» cuando nos lo ha solicitado.
Muchas gracias José M. por tu hermoso comentario.
Fer