Labor Mental

Cuarta Enseñanza del Libro “El Buen Camino” 2010 Cafh.

 

Es bueno que generemos pensamientos de amor, para que nuestro camino sea luminoso y sembremos el bien a través de nuestros actos.

 

El secreto del triunfo o del fracaso de las vidas y de las obras de los seres humanos está en el tipo de pensamiento que las animan.

 

Cuando hacemos planes para nuestro futuro, cuando comenzamos una obra, cuando establecemos objetivos, por más simples que sean, es bueno que generemos pensamientos de amor desinteresado, de fraternidad universal y de renuncia personal. Esto hace que, por más obstáculos que se levanten en contra de nuestra labor y por limitados que sean los medios de que disponemos, nuestro propósito triunfe y dé frutos abundantes.

 

Cuando emitimos pensamientos con fines egoístas –aunque aparezcan como beneficiosos para nosotros– generamos amargura y sufrimiento. Cuando emitimos pensamientos generosos, en cambio, creamos a nuestro alrededor las condiciones necesarias para generar felicidad. El pensamiento dirige la energía y establece el objetivo; la obra es el resultado. La flecha bien dirigida indudablemente se clava en el blanco elegido. Una vez lanzada no se detiene ni cambia su rumbo.

 

Nuestro adelanto, así como el fruto de las obras que realizamos, dependen de la calidad de nuestros pensamientos. El primer paso que hemos de dar en nuestro camino de desenvolvimiento no es recriminarnos las faltas pasadas, ni cambiar ostentosamente de tipo de vida; tampoco es saltar heroicamente de una orilla a la opuesta. Nuestro desenvolvimiento empieza cuando lanzamos un pensamiento de amor y tras éste otro y otro, hasta crear el hábito del recto pensar. Las ondas de los pensamientos noblemente dirigidos van borrando paulatinamente los que fueron egoístamente emitidos. Éste es el único esfuerzo que transforma y bien podríamos decir que es vivir en el cielo.

 

Si pensamos rectamente adquirimos una fuerza magnética tal que podemos vencer los obstáculos y triunfar en nuestros objetivos. La estrella de nuestro destino no cambia, pero su brillo y la celeridad con que la alcanzamos dependen de cómo pensamos y en qué pensamos.

 

Las acciones injustas y egoístas llevan consigo una carga de dolor para quien las realiza y para aquéllos hacia quienes están dirigidas. Cuando procedemos mal pagamos con nuestra ceguera, nuestro aislamiento y dolor. Sin embargo, lo realmente dañino es pensar mal y potenciar el daño a través de una apariencia inofensiva. Cuando no nos animamos a hacer el mal pues tememos el castigo, el reproche o el aislamiento y, disfrazados bajo un aspecto de inocencia, pensamos y deseamos el mal, también hacemos mucho daño.

 

Los pensamientos egoístas o malsanos nacen del deseo de posesión y nos encierran en un círculo de ideas estrechas y mezquinas como en una cárcel. Sin darnos cuenta, por poseer una infinitésima parte de lo que deseamos, perdemos la totalidad de lo que podríamos alcanzar.

 

Los pensamientos nacidos de intenciones malsanas nos atan cada vez más a un destino de oscuridad e ignorancia, mientras que los pensamientos generosos y expansivos, impulsados por el buen uso de nuestro libre albedrío y dirigidos por una intención recta, son la base de la felicidad y del desenvolvimiento de nuestras mejores posibilidades.

 

Recién cuando aprendemos a hacer un hábito del buen pensar trascendemos el par de opuestos posesión-desprendimiento y tenemos todo lo que necesitamos para realizar nuestra vida y nuestras obras.

 

Cuando los buenos pensamientos se convierten en un hábito de nuestra mente, ésta adquiere poder para realizar obras de bien. Ésta es la base de una felicidad efectiva y estable.

 

Pensar bien es estar en el Buen Camino.

EL BUEN CAMINO – 12/2010

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