Tercera Enseñanza del Libro “El Buen Camino”
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Cuando decimos que tenemos que apartarnos de lo mundano para empezar nuestro camino de desenvolvimiento, pareciera que estableciéramos una barrera entre nosotros y el mundo. Pero en realidad no hay tal barrera. Apartarnos de lo mundano, cambiar de vida, retirarnos a la soledad, son expresiones que indican un cambio de actitud mental, un cambio en la forma de encarar la vida, un cambio en nuestro punto de vista.
Apartarnos de lo mundano es la expresión que usamos para referirnos al esfuerzo que hacemos para ir del estado de conciencia personalista y egoísta al estado de participación y generosidad. Si lo interpretáramos de otra manera, en lugar de superar las barreras de la separatividad e ignorancia, crearíamos otras nuevas.
Podemos estar en un lugar solitario y no tener paz interior, y podemos estar en una bulliciosa ciudad en perfecta contemplación. Por ejemplo, es posible pasar delante de innumerables letreros destinados a despertar la codicia, la lujuria o la banalidad, sin prestarles atención cuando no nos interesan. Podemos estar privados de estímulos visuales y tener la mente llena de imágenes que nos producen gran desasosiego. El secreto del cambio de actitud consiste en pensar y dirigir la atención de un modo deliberado, con el objeto de expandir nuestro estado de conciencia. De esta manera nos apartamos de lo mundano (la actitud personalista y egoísta), ya que nuestra mente se mantiene centrada en un objetivo espiritual.
Cuando clasificamos nuestras preferencias respecto de las prácticas de vida espiritual – contemplativa, devota, especulativa, operativa– lo hacemos solo con un fin didáctico para aprender, por un lado, a valorar características individuales y, por el otro, a observar los efectos que producen las prácticas que fomentan un desarrollo parcial del ser humano. Desde este punto de vista nuestro objetivo es desenvolvernos armónicamente: equilibrar el sentimiento y el análisis con la acción recta, justa y compasiva. Mientras no alcanzamos esta armonía tendemos a volcarnos más en un aspecto de la vida que en otro.
Cada uno de nosotros necesita desarrollar tanto sus características individuales como su capacidad de armonizar con los grupos con los que se relaciona. Esta no es tarea fácil. A veces nuestras características particulares nos hacen entrar en conflicto con las de otros; otras veces, personas muy dominadoras manejan a otras más débiles. Hace falta un cierto grado de autoconocimiento, nobleza y generosidad por parte de todos para que podamos desenvolvernos tanto los grupos como sus integrantes.
Cada uno de nosotros tiene su molde característico y solo en ese molde puede desenvolverse. Nuestra labor espiritual consiste en conocer, pulir y transformar nuestro molde, no en cambiarlo por otro.
Si nuestra dificultad consiste, por ejemplo, en que no podemos meditar ni concentrarnos en ninguna idea en particular, lo que probablemente necesitamos hacer es descansar la mente, vaciarla de las distracciones que la inquietan, fijando el pensamiento y la atención en ideas muy simples, en imágenes que promuevan la quietud. Este descanso mental es nuestra meditación. Si no podemos descansar la mente de esa manera, ocupémosla en algo concreto, positivo, enaltecedor. Esos pensamientos activos, bien dirigidos, serán entonces nuestra meditación.
La vida espiritual embellece la vida cotidiana y trae paz y sosiego a los que nos rodean; nos enseña a dar valor a los bienes interiores, fortalece nuestras buenas tendencias y dirige hacia el Buen Camino las energías que generalmente malgastamos en objetivos intrascendentes.