Capítulo II “Prácticas” Libro: “Prácticas de Desenvolvimiento”, Edición 2019, Cafh
Como hemos estado revisando, los ejercicios de detención son una de las maneras de hacer introspección. Ellos nos ayudan a observar en forma objetiva nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestra conducta y a evaluar lo que observamos en nosotros y lo que producimos en nuestro entorno. Se podría decir que los ejercicios de detención son meditaciones condensadas en pocos instantes.
Hoy revisaremos en qué consiste ejercitar el ACTO CONTRARIO:
La práctica del acto contrario consiste en detener el deseo de hacer porque estamos habituados a hacerlo, porque nos gusta o porque tenemos el impulso a efectuarlo aunque no responda a una necesidad.
Una de las razones para practicar el acto contrario es la de reservar energía. Usamos energía para mantener la vida del cuerpo y hacer lo que necesitamos hacer, pero también la gastamos inútilmente de varias maneras.
“Resérvese la energía de las palabras.
“La palabra debe ser la expresión clara y concisa de la idea que se quiere expresar.
“Las energías vocales se gastan con las expresiones emotivas o iracundas y con el hábito de reír o de llorar en demasía. Pero se gastan inmensamente más con la murmuración y la mentira.
“Por eso se debe hablar poco, o hablar de modo que la palabra sea fuente de bien y contribuya a la realización de la Gran Obra.
“Resérvese también la energía visual. Por los ojos escapa continuamente gran cantidad de energía.
“Un ejercicio útil para el estudiante que desea aprender a refrenar sus ojos consiste en que todas las noches cuente el número de rostros que ha visto durante el día.
“Además, habituando los ojos a la discreción, se aprende paulatinamente a dirigir la atención hacia el interior, hacia el ser mismo.” (Curso Desenvolvimiento Espiritual, 5a enseñanza)
Otra razón para practicar el acto contrario es la de aprender a detener nuestros impulsos para poder discernirlos y tener mejor dominio sobre nuestras reacciones y nuestra conducta.
“Controlar y medir todos los actos, privarse de lo más agradable, tener medida y discreción en la satisfacción de las necesidades fundamentales, vigilar los pensamientos y las palabras, es ahorrar fuerzas preciosas.” (Curso Desenvolvimiento Espiritual, 9a enseñanza)
Tenemos que reconocer cuán dominados estamos por el hábito de hacer o buscar lo que nos gusta y de rechazar lo que no nos atrae o disgusta. Pero no podemos evitar aspectos de la vida que no quisiéramos sufrir, muchos de los cuales resultan de hacer solo lo que nos place. Son siempre circunstancias que tenemos que enfrentar aunque hagamos todo lo posible para postergarlas.
Por más que cuidemos nuestra salud no podemos evitar las enfermedades, la declinación y la muerte. Tampoco podemos evitar que las sufran quienes amamos. Desde el punto de nuestra salud mental y emocional, necesitamos aprender a afrontar las situaciones dolorosas o desagradables para estar preparados cuando ellas lleguen. La práctica de actos contrarios nos ayuda en este sentido, como también a superar temores.
Por supuesto, no hemos de hacer cosas que impliquen riesgos innecesarios, pero sí es bueno que nos atrevamos a hacer lo que quisiéramos o necesitamos hacer, pero no nos atrevemos a efectuar por temor a lo que otros dirán o porque tememos hacerlo. Basta comenzar a enfrentar esos temores haciendo pequeños actos contrarios a nuestra tendencia a retraernos o a huir de lo que nos atemoriza.
Todas las circunstancias, tanto las placenteras como las dolorosas, son parte de la vida. Por supuesto, no se trata de alegrarnos por lo que nos disgusta, pero sí acostumbrarnos a no hacer siempre lo que nos place, para mantener un mínimo de equilibrio en nuestra relación con lo que ocurre en la vida.
Practicar actos opuestos a los que haríamos en forma espontánea, sin pensar en lo que hacemos, nos entrena para lograr tal equilibrio. No necesitamos tener un plan para esa práctica. Hay innumerables situaciones en las que podemos hacer algo diferente de lo que nos gusta sin que esa elección perjudique lo que vamos a hacer. Por ejemplo, no siempre elegir las comidas que nos gustan, no insistir en ir a donde quisiéramos cuando nos proponen dirigirnos a otro lugar, callarnos cuando quisiéramos discutir —sin discutir por dentro—, salir con alguien con quien no tenemos afinidad, acompañar a un enfermo cuya vista nos hace sufrir.
Cuando nos habituamos a practicar actos contrarios, por pequeños que sean, nos damos cuenta de cuánto disminuyen nuestros temores y cuánto aumenta la confianza que tenemos en nosotros mismos. También nos damos cuenta de la libertad interior que logramos para enfrentar la vida. Este ejercicio tampoco necesita que le dediquemos tiempo extra, ya que se trata de discernir con buen criterio lo que vamos a hacer en cada momento.