Todo el potencial de bien que albergamos en el corazón

Autor: Sr. José Luis Kutscherauer

Es indudable que con el correr del tiempo la sociedad avanzó en muchos aspectos de su desarrollo. sin embargo, pareciera que nuestra capacidad de convivir en paz y armonía no alcanza a desarrollarse al ritmo del avance científico y técnico de la sociedad.

Oleadas de irracionalidad se propagan por el mundo y cobran vida sentimientos, emociones, actos que creíamos que como humanidad habíamos superado. Es así que nos surgen preguntas que las más de las veces deseamos se resuelvan de manera milagrosa y sin realizar ningún esfuerzo de nuestra parte. ¿Cómo ocupar el propio lugar en el mundo y no dos lugares, coexistir en armonía, aceptar la diversidad en nuestra sociedad convulsa? ¿Cómo podríamos generar una oleada con la misma fuerza pero esta vez de conciencia, de amar por amar, de respeto, de reverencia por la vida?

El cambio de una actitud egoísta de agresión y competencia por una actitud inclusiva y participativa requiere toda nuestra energía. nuestra historia como seres humanos nos muestra una sucesión de guerras y matanzas que hasta el día de hoy no han cesado. Son siglos de alimentar hábitos en esa dirección.

En nuestro corazón albergamos el osado sueño de revertir y suplantar esos hábitos por otros nuevos y diferentes. Nuevos, porque están enraizados en nuevas actitudes. Diferentes, porque las nuevas actitudes nos llevan a apelar a la voz de nuestra vocación que nos susurra que el corazón de cada ser humano cuenta con la facultad de realizar la alquimia interior que transforma el temor, la venganza, los deseos posesivos en confianza, en inclusión y en participación por amor; porque creemos firmemente que las respuestas por reacción, defensivas, pueden ser reemplazadas por comprensión, solidaridad, asistencia abnegada.

Todo nos llama a que dejemos de lado la dispersión de buscar afuera lo que tenemos dentro y a que concentremos nuestra energía en hacer emerger todo el potencial de bien que albergamos en el corazón. Con serena convicción centrémonos en dar y más dar, sin reparos, sin condicionamientos ni reservas.

Demos vida de manera cotidiana a esas verdades que pugnan por salir de nuestro interior, sin grandes escenarios que nos distraigan de nuestro propósito. Para esto necesitamos contar con la audacia de quienes conciben una idea y se disponen a realizarla.

Osemos, entonces, dar el paso que nos lleve no solo a conferir solidez intelectual a lo que ya hemos aprendido, sino a ir más allá. Ejercitemos nuestra voluntad de desenvolvimiento para trascender las estructuras mentales que hemos construido con el tiempo y así abrirnos a otras realidades para ir más allá de lo que nuestra razón etiqueta como meras posibilidades.

Si hemos comprendido que amarnos a nosotros mismos es tan indispensable como aprender a amar a los demás, no dejemos de lado este conocimiento como uno más que acumula el polvo del olvido en nuestra mente. Amémonos convencidos de que mientras más amor generemos en nuestro corazón, más aptos estaremos para responder a quienes lo necesitan.

Si hemos comprendido que el amor es un camino que siempre conduce a buen fin, no nos cansemos de amar, de ejercer la capacidad de darnos, de amar por amar, de introducir en nuestro corazón una energía que dé vida en lugar de quitarla.

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