La marcha del niño con alma de caballo

Autor: Franklin Juica

(Biografía simbólica, una herramienta de introspección)

 

Esta es la historia de Franki Ventura, ser humano con alma de caballo.

 

Hijo de Teresa, una ninfa linda como la luna y de Franki, hombre de bríos, propenso a los deleites carnales, que en la noche de luna llena se transformaba en un corcel alto y hermoso, parecido a un fauno. Ambos se unieron siendo muy jóvenes, radiantes e ignorantes de la maldición recibida por Kulrum, ser enjuto y siniestro, que más parecía un palo seco que ser humano. Eterno enamorado de la bella Teresa, quien, al no ser correspondido, los maldijo a tener una vida juntos muy breve y tormentosa y a su descendencia al desquicio por los pesares de la vida.

 

Franki hijo, nació con las primeras flores de primavera, a las orillas de un damasco frondoso, que a pesar de sus años no dejaba nunca de dar frutos dulces y jugosos. La razón era que muy cerca de él, escondidas en la tierra crecían silenciosas raíces de mandrágora, que en pacto silencioso y secreto con el árbol, se propusieron contrarrestar el sortilegio que pesaba sobre este niño nacido a sus pies.

 

Y así fue como el árbol acompañó al niño desde que nació. Tentación irresistible para Franki, era encaramarse en él para engullir los frutos enriquecidos con la savia de la raíz mágica, o bien a su sombra, jugar a la cuerda con su madre y hermana.

 

No todo fue juego y alegrías de infante. Sentados bajo sus ramas su madre le contó de la enfermedad y muerte de su padre y también a su sombra, en una noche callada y luminosa se dio cuenta de las ojeras sombrías de su abatida madre.

 

Gritos de fuerza y rebeldía turbaban su corazón, sin embargo, gorgoreante, el elixir de los magos comenzaba precozmente a hacer su efecto en la mente de este niño con alma de caballo.

 

Mientras tanto, dada la historia de su padre, a nadie les extrañaba el ímpetu del niño, que ávido de conocimiento, exploraba las siete vidas de los gatos, la combustión del carburo, los principios de flotación de los barcos de papel o los cambios del viento por el ardor de los pastizales. Tampoco era extraño verlo corriendo alrededor del árbol esquivando los castigos por su carácter temerario.

 

Su madre, viendo este actuar, sumaba a su abatimiento, la desesperación por calmar los ímpetus de su hijo. Famosas son sus infusiones de flor del loto blanca, que más que apaciguarlo acrecentaban el escondido efecto de las raíces de mandrágora.

 

Una triste mañana de otoño, en que los árboles parecían más espantajos que portentos de la naturaleza, llorando de desesperación, llevó en sus brazos a su amada madre a las puertas del templo del sol, donde según decían, la vida volvía a florecer. Nunca se dio cuenta que Kulrum tomando la figura de una aldaba con forma de caparazón de cangrejo, impedía que los desesperados golpes del niño llegaran a oídos del gran mago blanco, forjador de la vida sin fin.

 

Y así fue como en esa mañana triste, se oyó el grito desgarrador de un niño que despedía a su madre, cuando se iba en el viaje de las estrellas tintineantes.

 

Abrazado a su árbol de siempre, Franki lloraba de impotencia y dolor la ida de su ser hasta ese momento más amado. Los pájaros de la soledad rondaban su corazón.

 

En esa situación lejos de gorgorear, en caudaloso torrente de acción, las mandrágoras hicieron que este niño con alma de caballo, comenzara a escuchar la voz de su corazón.

 

¿Qué voz escucharía?, ¿los gritos desquiciantes de los pájaros de la soledad? ¿Al engañoso Kulrum con sus mil formas de seducción? o ¿los cantos cristalinos provenientes del coro de amor de su tabernáculo interior?

 

Un profundo y largo despertar se empezó a fraguar en su corazón. Era tiempo de comenzar a caminar al sepulcro de la Madre Eterna para dar el beso de amor que transmutará el duro metal del dolor, en el oro puro de la paz y de la felicidad.

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